CODEX


La Casa Amarilla. Málaga.



Tengo problemas para saber lo que es real. No sé si a todo el mundo le pasa. Veo un hombre tirado en la calle y no sé si está muerto o dormido. Veo una fotografía y no sé si alguien ha hecho esa fotografía, o está generada por Inteligencia Artificial. Me pasa en una comida familiar: todos están hablando y riendo, y me parece que los gestos que hacen son como movidos por resortes, y que las palabras que dicen están escritas en un guión.

A Descartes también le pasaba, miraba por la ventana y decía, no sé y no puedo saber si la gente que hay ahí fuera son reales o autómatas. Para Descartes imaginar que su  cuerpo no era su cuerpo, que el lugar en el que estaba no existía, que nada de lo que conocía era real era un experimento. Para nosotras es una experiencia cotidiana: disforia, disociación…

El otro día, releí un librito de Foucault en el que hay dos textos preciosos: El cuerpo utópico y Las heterotopías. En El cuerpo utópico, Foucault habla del cuerpo como ese lugar innegablemente aquí. Pero también dice que el cuerpo es ese lugar utópico del que parte, por ejemplo, la primera de las utopías, la de un cuerpo inmaterial, inmortal, indestructible; el alma.

El otro día (ese tiempo imaginario) vi en Tiktok un video hecho con fotos de Rosalía y Quevedo como si hubiesen sido una pareja a principios de los noventa, la banda sonora del video era una canción de una supuesta colaboración entre ellos generada por IA: Ahora te jode. La canción había tenido 200.000 reproducciones en menos de una semana.

Cuando terminó el video, levanté la vista del móvil y me vi rodeada de personas en el metro que miraban sus teléfonos. En las pantallas informativas hablaban de como enmenos de dos horas había caído en Asturias el aproximado a lo que llovía en todo el mes de marzo, y de fondo sonaba una versión de El jefe de Shakira que tocaba un señorciego con un acordeón. Siempre han dicho que la realidad supera a la ficción. Borges, que tanto sabía de ficciones, escribió un cuento sobre unos hombres que inventaron un país imaginario pero secreto, y no conformes con eso inventaron después un mundo entero, Tlön, con su historia, sus leyes, su idioma, y su filosofía. El resultado fue una enciclopedia de cuarenta volúmenes. Cuando esta se dio a conocer, la gente decidió adoptar las leyes y la historia Tlön; sustituir el mundo “real"— entiéndanse las comillas— por un mundo imaginario.

Recorrer las páginas del Codex Seraphinianus debe parecerse mucho, pienso, a la experiencia que tuvieron esas personas al descubrir Tlön y recorrer las páginas de su enciclopedia. La taxonomía que rige el codex: categorías, índices, ilustraciones de lo que parece ser el catálogo de especies que pueblan ese mundo, recuerda sin duda a una de las grandes fantasías del nuestro; el orden.

Dice Foucault en el otro texto del librito, Las heterotopías, que cada sociedad desgaja, del lugar que ocupa y del tiempo en el que se afana, lugares utópicos y tiempos ucrónicos que alteran nuestra relación con el resto de tiempos y lugares. Es como estar enamorada o ir al cementerio, después de transitarlos, cambia nuestra mirada y se altera nuestra relación con las cosas que nos rodean. La realidad a la que volvemos, ¿sigue siendo real?

Irene Molina ha tomado algunas de las especies y artefactos que recorren el Codex seraphinianus, y las ha dotado de sustancia física ¿real? Las especies y artefactos han sido modificados. En su tránsito de un mundo a otro han sufrido cambios. El lenguaje intraducible del Codex se habla también ahora en el lenguaje de gestos y glitches de Irene. Reales o no sus piezas parecen estar hechas de la misma materia que nuestra imaginación.



Texto de Marina Blázquez.