CONSTRUIR UN FUERTE


Contenedor cultural UMA. Espacio cero. 2022



Construir un fuerte surge de una serie de cuestiones que nos hemos ido planteando casi sin darnos cuenta, de manera velada a lo largo de los años. ¿Qué es lo que construye un hogar? ¿Son los objetos que se encuentren en este, son las estancias? ¿O tal vez son las relaciones que se establecen en él mismo? ¿Qué nos hemos ido llevando de casa en casa en cada mudanza para sentirnos más “en casa”, valga la redundancia? Y finalmente, ¿cómo se construye un hogar? Suponemos, después de llevar apenas 7 años fuera de nuestras residencias familiares que es un poco de todo, pero que no podemos reducirlo a meros objetos o a relaciones sin más. Entendemos que el espacio es algo fundamental en esta construcción, así como las relaciones que en él se establecen y las personas y objetos que los habitan; si faltara una pieza de la ecuación todo se derrumbaría y no podríamos hablar de este fenómeno que se produce en estas condiciones. La familia en sí se nos presenta como una institución, pero como una que preservar a todo coste, ya que sobre ella se sustenta el peso de toda nuestra sociedad. Producir, consumir, y tener descendencia para que esta haga lo propio. No estamos diciendo nada nuevo y somos conscientes de esto, así como también lo somos de que la familia se nos presenta como una institución capitalista y heteropatriarcal, pero tenemos clara una cosa: que podemos construir nuevas maneras de relacionarnos afectivamente, de manera colectiva y teniendo en cuenta siempre los cuidados.

La convivencia marca definitivamente a las personas que habitan un lugar, eso lo sabemos de sobra, pero también es sabido que la manera en que se cría y educa puede afectar y de hecho afecta al resto de la vida de una persona. Desde nuestra más tierna infancia se nos enseñan ciertos roles y patrones de comportamiento que debemos reproducir para poder estar dentro de la sociedad, pero también podemos elegir no perpetuar estereotipos y relaciones opresivas para con el llamado “otro”. Este “otro” del que hablamos, ha estado presente a lo largo de los siglos en las dicotomías sobre las que se fundan nuestro sistema de pensamiento y la construcción de la propia Historia. “Yo” - “otro”, “hombre” - “mujer”, “cordura” - “locura”, “blanco” - “negro”, “normal” - “anormal”, “bien” - “mal”, “humano” - “animal”, etc. Considero que con esta breve lista ustedes pueden hacerse una idea de aquello a lo que nos referimos. Esta división a la que nos referimos está tan fuertemente instaurada en nuestras cabezas que no nos hemos dado cuenta de ella y la reproducimos a cada instante, incluso aunque nos posicionemos en contra. Frente a ella se proponen ciertas maneras de enfrentarla, una de ella y de la que vamos a hablar brevemente es la de Bracha L. Ettinger. Su propuesta se basa en que no exista ya un “otro”, sino un “no-yo” que me coafecta. Para simplificarlo: si no consideramos a las demás personas como “otros”, sino como elementos fundamentales de nuestra sociedad gracias a los cuales construimos nuestra propia identidad y que además enriquecen nuestro mundo con sus diferencias, podremos lograr un entendimiento y una posible salvación como especie.

En su libro “Ensayos en el Museo Feminista Virtual” de 2007, Griselda Pollock nos habla sobre Ettinger y su extraordinaria propuesta, la cual materializa a través de la producción de su propia obra: unas pinturas a las que titula Eurídice, que nos hablan sobre la creación de un archivo de la memoria de aquellas personas que fueron asesinadas durante el Holocausto nazi. El caso y para no desviarnos mucho de lo que nos interesa en esta ocasión concretamente, es que sus cuadros nos enseñan fotografías veladas de personas de su familia antes de entrar a los campos. Tanto ella como Griselda se encuentran a favor de que el arte sea considerado un lugar de encuentro en el que compartir los traumas vividos para poder superarlos, pero vamos aún más allá. Si el arte verdaderamente fuera un lugar así, el entendimiento sería posible y ya no existiría un enemigo al que exterminar a la manera del fascismo, sino un “no-yo” al que celebrar. La diversidad, como ya he dicho nos enriquece y no debe tolerarse, porque no es nada que deba ser soportado, sino algo que forma parte de nuestro mundo y que debemos abrazar con todas nuestras fuerzas. En la diferencia se encuentra la clave para el entendimiento y para nuestra supervivencia.

Teniendo claro este posicionamiento, creo que podrán ustedes comprender un poco mejor la relación que tenemos las personas que hemos construido este fuerte en el que han decidido entrar, así como el lugar en el que nos posicionamos a la hora de producir nuestras propias obras. Alguna de las cosas que considero salvables de la institución de la familia (esto no quiere decir que no ame a la mía, sino que mantengo una posición crítica con respecto a su función en la sociedad) es el hecho de que el hogar se construye entre todas las personas que la integran y que viven en el domicilio familiar. En este caso, espero que me concedan la potestad de hablar desde mi propia experiencia, a pesar de que sé que no en todos los casos funciona así y que hay casi tantos tipos de familias como familias en el mundo. La cosa es que cuando alguien está en su casa no piensa: esto lo compró mi madre y esto mi padre, esto mi abuela y esto mi hermano. Tampoco piensa: esta distribución se adoptó en nuestro salón cuando yo nací o cambiaron a mi hermano de cuarto para que yo tuviera uno. Es una construcción colectiva en la que, evidentemente, algunas personas pueden tener más peso que otras, pero que ha sido el producto de años y años de convivencia y distintas circunstancias. Construir un hogar es algo procesual, al igual que nuestras obras e investigaciones, al igual que este fuerte que a día de hoy sigue y seguirá en construcción.


Lo que nos ha movido no solo a trabajar de manera colectiva y a compartir espacio de trabajo, sino a incluso vivir en la misma casa ha sido el hecho de que nos encontrábamos permeables a lo que cada cual tenía que decir y en ese umbral el encuentro fue posible. También lo fue el entendimiento y dejamos que nuestra producciones se contaminaran las unas a las otras de una manera orgánica y sin forzar absolutamente nada. Han pasado casi 7 años desde que conozco a Irene, Diego y Pablos, empezamos yendo a la misma clase en la facultad, el resto se lo pueden imaginar. Hoy estamos aquí tratando de crear un lugar, un espacio seguro donde la experimentación, los procesos y la investigación son posibles, respetados, apoyados y enriquecidos, no a pesar, sino gracias a las diferencias que en ellas puedan encontrarse. Definitivamente tenemos claro que el arte es una manera de generar pensamiento y de construcción colectiva para alcanzar objetivos que cambien nuestro mundo, y no solo un mero acompañamiento de los distintos acontecimientos históricos o un retrato de las diferentes épocas. Por ahora, comencemos dejándoles entrar a nuestro hogar, tal vez si ustedes quieren visitarlo desde el entendimiento el encuentro se produzca. Nos vemos en el umbral, disfruten del viaje.


texto : Cristina del Águila